Por Ángel Celedonio Serrato1

Ciencias como la biología o la ecología han destinado esfuerzos notables por estudiar la vida. Analizando las características de los seres vivos y cómo éstos últimos se relacionan entre sí para crear lo que en biología se denomina biodiversidad. Sin embargo, ninguna de estas disciplinas se ha puesto a reflexionar sobre la manera en que el ser humano habita el ser-vida. Esta es una tarea que desde el ámbito filosófico le corresponde a la bioética, así que desde esta disciplina contaré la manera en que la Gaia ha impactado mi estar en el mundo.

Mi relación con la Gaia comenzó desde que me formé como ser humano en el interior de mi madre, su vientre fue para mí el primer contacto que tuve con el ser-vida, ya que ésta me proveía de los nutrientes necesarios para que pudiera sobrevivir. La Gaia me mostró su calidez desde que mi mamá estaba encinta, pues desde que estaba en el interior de mi madre la Gaia me proveyó de su generosidad al permitirme desarrollarme físicamente hasta que llegó el momento en que viera la a luz por vez primera.

Durante los primeros años de mi vida no tuve consciencia de que la Gaia estaba compuesta por todos los seres vivos existentes en planeta. Crecí con la idea de que el ser humano dominaba a los demás seres vivos que habitan en el mundo. Esta idea me fue trasmitida por la religión católica, dicha religión fundamentaba este argumento en el libro del Génesis que, a la letra dice, “Dios el Señor dijo: No está bien que el hombre esté solo; le haré una ayuda a su medida. Y así, Dios el Señor formó de la tierra todos los animales del campo, y todas las aves de los cielos, y se los llevó a Adán para ver qué nombre les pondría; y el nombre que Adán les puso a los animales con vida es el nombre que se les quedó” (Genesis 2, 18-19).

Bajo ese planteamiento del Génesis comencé a forjar una relación con la Gaia en la que me visualicé como un ser superior a todos los seres vivos que conforman la naturaleza. No me causaba ningún remordimiento jugar con los animales, pues no me ponía a pensar que quizá a ellos no les gustaba que yo jugara con su animalidad. En mis clases de primaria y secundaria se reforzó en mí la creencia de que el ser humano era el único ser pensante en el mundo, porque se me dijo que el ser humano es un “animal racional” y que por lo tanto es el único ser capaz de tener consciencia del mundo.

Cuando cursaba la preparatoria todavía tenía un pensamiento antropocentrista, creía que la naturaleza había sido creada para que yo me sirviera de ella, con el fin de cubrir mis necesidades. Desde la economía capitalista, el antropocentrismo es utilizado por el sistema para crear en el ser humano la idea de que la naturaleza siempre habrá de satisfacer las necesidades de las personas. Hasta ese momento no me había planteado la posibilidad de que la Gaia tenía un accionar propio y una inteligencia que la hacía actuar sin importar que el sujeto hiciera hasta lo imposible por someterla e intentar controlar la vida y la naturaleza en la tierra. El antropocentrismo con el que crecí me acompañó hasta mis primeros años de universidad.

Fue hasta que empecé a estudiar filosofía que mis profesores me empezaron a plantear la idea de que el ser humano no es el ser superior a todos los demás seres vivos que cohabitan junto con él el mundo, sino que el individuo es uno más de los seres vivos que habitan el planeta. Cuando tomé el seminario de Filosofía de la Ecología, comprendí que eran igual de importantes los seres humanos para controlar la creciente aparición de plagas, como las cucarachas, dentro de la Gaia, como lo son las abejas para llevar a cabo la polinización de las flores

Fui tomando conciencia de que debía recolocarme dentro de la Gaia, pues comprendí que como ser humano no soy el más importante de los seres vivos en el planeta Tierra. Al paso del tiempo, me he dado cuenta que el ser humano no es el único ser inteligente dentro de la Gaia. La Gaia es inteligente por sí misma y surge en cualquier lugar de la Tierra.

Anna Tsing, en su libro La seta del fin del mundo, menciona que “cuando, en 1945, la bomba atómica destruyó Hiroshima, el primer ser vivo que resurgió en el paisaje devastado fue una seta matsutake” (Tsing,2021:21). El matsutake es un hongo silvestre que puede servir como alimento para el ser humano. El que la vida pueda resurgir en condiciones adversas, como en el caso del matsutake, me demuestra que la vida en la Tierra puede aparecer a partir de la destrucción; por ello, puedo observar que la vida es resiliente y ella no depende de que el ser humano exista o no en el mundo para poder ser.

Aunque estoy en contra de que el sujeto lleve a cabo guerras contra otras naciones para apropiarse de otros territorios o de los recursos naturales de dichos territorios, tengo que reconocer que el ser humano forma parte de la Gaia y que la vida también se reconstruye y vuelve a resurgir a través de la devastación. Pues retomando el concepto de autoinmunidad de Derrida, los seres humanos se destruyen a sí mismos a partir de actos terroristas o acciones por parte de los sujetos que ponen en riesgo su vida en sociedad.

La mano de las personas en la naturaleza ha causado graves daños a la ecología y, en general, a la vida en la Tierra; sin embargo, la “imprudencia” del ser humano para con la naturaleza ha posibilitado que se formen nuevas formas de vida, a este respecto Tsing argumenta que “En la década de 1980 se talaron grandes cantidades de pinos. Resultó que estos no podían reproducirse sin los incendios”(Tsing, 2021: 59).

La cita anterior me muestra que no sólo desde el cuidado del medio ambiente o el cuidado de los ecosistemas se genera la vida, lo que me lleva a pensar que no importa si el ser humano cuida el planeta o intenta acabar con él, la Gaia siempre buscará la manera de existir y de seguir siendo, es más probable que el ser humano se autodestruya y se extinga a que la vida en la Gaia deje de existir, pues la Gaia siempre encontrará la manera de regenerarse.

No obstante, como ser humano me corresponde llevar una relación cordial con los demás seres vivos integrantes de la Gaia, puesto que considero que tratando de conservar los recursos naturales de nuestro planeta y entablando relaciones pacíficas con los demás seres vivos, es como el individuo podría garantizar su permanencia como especie en la Tierra. Me he percatado de que todos los seres vivos tenemos en nuestro ser parte de lo que la Gaia a esto Deleuze lo llamó inmanencia cuando dijo que “la pura inmanencia es UNA VIDA” (Deleuze, 2007: 37).

Retomando el argumento de Deleuze, puedo afirmar que la inmanencia es la Gaia; esto quiere decir que la Gaia es el ser-vida y si el se-vida crea a los seres vivos, entonces, siguiendo el argumento deleuzeano: la Gaia como inmanencia podría ser comparada con Dios, haciendo una analogía con el ámbito religioso, debido a que ella es creadora de vida  y, asimismo, es la encargada de dar muerte.

Debo de confesar que desde muy pequeño he creído en Dios, pero vengo recolocando a Dios dentro de la Gaia desde hace tiempo, ya que me he dado cuenta de que Dios es ser-vida y que, como generador de la vida, Dios es inmanente y es la Gaia. Mi concepción de Dios se asemeja mucho al Dios de Spinoza cuando dice en el corolario de la proposición XIV del libro 1 de su ética: “De aquí se sigue muy claramente: primero, que Dios es único, que en la naturaleza no hay sino una sola substancia (Spinoza E1 P XIV CI). Aquí Spinoza deja ver claramente que existe un Dios inmanente que actúa en la naturaleza, lo que sería muy similar a decir que Dios es la Gaia.

En conclusión, el ser-vida no está en una trascendencia, sino que es ontológica y que su inteligencia y poder tienen consecuencia en la existencia de todos los seres vivos que habitan la Tierra. Me queda claro que el ser-vida también se genera a través de la muerte, ya que a través de la muerte se puede regenerar la vida en el orbe. La Gaia, entonces, muestra su resiliencia y, sobre todo, que tiene una inteligencia propia.

Bibliografía

Biblia Reina Valera 1960. (1960). Sociedades Bíblicas Unidas. 

Derrida, G.(2003). Autoinmunidad: suicidios simbólicos y reales diálogo con Jacques Derrida. En Borradori G (Ed.) ; Botero JJ. Hoyos L E (Trads.) La filosofía en una época de terror Diálogos con Jurgen Habermas y Jacques Derrida. (131-195). Taurus

Deleuze G.(2007). La inmanencia una vida. En (Giorgi G. Rodríguez F. (Comps.). Ensayos sobre biopolítica excesos de vida. (35-40). Paidós

Tsing L A. (2021) La seta del fin del mundo. Sobre la posibilidad de la  vida en las ruinas capitalistas.(Trad. Francisco JRamos Mena. Capitán Swing Libros.

Spinoza B. (1667). Ética demostrada según el orden Geométrico (Trad.  Vidal Peña. Alianza editorial.

  1. Ángel Celedonio Serrato es estudiante de la licenciatura en Filosofía e Historia de las ideas de la UACM. Este texto fue escrito para el seminario de Bioética durante el semestre 2025 -II impartido por Roxana Rodríguez Ortiz. ↩︎

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