Por Abigail Cortés*

El año 2022 pasé por uno de los momentos más complicados en mi vida y también el año en el que pude expresar libremente algunas historias que marcaron mi infancia y el desarrollo durante mi juventud. Tengo muchos recuerdos de mi madre en los que me decía que tenía que cuidar mi cuerpo y no podía dejar que nadie tocara mis partes íntimas, que si alguien me amenazaba podía confiar en ella.
Un jueves, rumbo a la universidad, pasé a casa de mi mamá a despedirme de ella. Cuando salí de su casa me encontré con la tía Úrsula, hermana de mi papá, se dirigió a mí y comenzó a caminar a mi lado para decirme que vendría Lily, una prima que vive en chicago. Van a venir porque deportaron a Jimmy, pero no tienes de qué preocuparte vamos a tomar medidas para cuidar a los niños, refiriéndose a sus sobrinos.

Cuando ella dijo esto sentí un dolor en el estómago. Tenía casi veinte años que no lo veía, ella buscaba que de algún modo aprobara que él estuviera en su casa porque vive al lado de la casa de mis papás. A mis diecisiete años tuve problemas de adicciones y en uno de esos estados le platiqué a otra hermana de mi papá, mi tía Blanca, que Jimmy había abusado sexualmente de mí y ella respondió “a todas nos pasa, ya tenemos que cortar con eso”.

Blanca le habló a Úrsula, en ese tiempo vivía también en Chicago, le platicó lo que yo le dije y Úrsula le dijo a la mamá de Jimmy. Este trío de locas sabían que él había abusado sexualmente de sus dos hermanas y hermano encubriendo los secretos de familia y de esos cuatro hermanos había abusado sexualmente su papá.

El día que me enteré que Jimmy estaba de regreso me puse físicamente muy mal, tenía náuseas, diarrea y un dolor de cabeza terrible, en la noche me puse a llorar y le marqué por teléfono a mi madrina de A.A., Olga. Le platiqué lo que estaba pasando, ella ya lo sabía, estuvo conmigo durante dos años de rehabilitación en un centro al que llegué por dos intentos de suicidio. Olga, junto con otras mujeres, fueron mi red de apoyo para sanar a esa niña herida, me dijo que era momento de decirle a mamá. Mi mayor miedo se estaba haciendo realidad, no quería lastimarla, suficiente había tenido para que ahora se enterara. Después de platicar con Olga un largo tiempo y ya más tranquila, intenté dormir.

Al día siguiente me arreglé como de costumbre para ir a la universidad y pasé a casa de mi mamá. Las náuseas seguían, cuando llegué a su casa ella estaba desayunando y me senté a su lado para platicar. Mamá, ¿sabes que Jimmy va a llegar hoy con Lily? Sí, ayer me comentaron que lo agarraron en unos arrancones y lo deportaron. Le dije que él no podía estar en esa casa y le conté lo que me había pasado, al principio ella reaccionó muy tranquila por lo que fui a ver a Blanca.

Blanca estaba en la cocina, le pregunté qué pensaba de la situación y me dijo que no lo quería recibir ya que le daba miedo por sus hijos. En ese momento llegó Úrsula, comenzamos a discutir, ella gritó que esos son secretos de familia, nos tenemos que apoyar, yo tengo que apoyar a mi hermana, sabiendo que le darían dinero por tenerlo en esa casa y eso era lo que le importaba realmente. Todas llorábamos y gritabamos cada una para defender su causa, mi mamá entró a la casa y comenzó a decirles que cómo era posible que nunca le dijeron nada, que se quedaran calladas y que si ellas metían las manos al fuego por él, ella lo haría por mí, les advertí que él no podía estar en esa casa que estaba cansada de sus secretos familiares y si ellas no hablaban yo sí. Mi mamá y yo nos fuimos a su casa y se puso a llorar, se hincó y me pidió perdón, la levanté y le dije que ella no me había hecho nada, que ya suficiente había hecho internandome, que yo ya no estaba cargando el pasado y que gracias a que me internó en un centro de rehabilitación había encontrado la manera de sanar.
Mi hermano menor Héctor se enteró ese mismo día y fue a visitarme, no necesitaba decirme nada, nos quedamos viendo y me abrazó, días después otro de mis hermanos, Miguel, llegó a mi casa y me dijo que él no sabía nada, sentía rabia, rencor y que si se lo encontraba lo iba a matar, lo abracé y lo vi llorar como un niño desconsolado, yo creía y sentía que cuando ellos se enteraran la que necesitaría consuelo sería yo, pero no fue así, me tocó consolarlos y demostrarles que yo estaba bien y les decía –veme estoy bien, estoy viva.

Eso siempre ha sido importante para mí, demostrarme que estoy bien y que estoy viva, a Jimmy nunca lo vi, pero en mi muro de facebook platiqué lo que me había pasado, hubo personas y familia que fueron solidarias y otras que no les pareció lo que publiqué, recibí amenazas por parte de la misma familia de mi papá, estuve encerrada por unos días intentando encontrar estabilidad en lo que me estaba sucediendo y me encontré con un nuevo grupo de mujeres que se convirtieron en una nueva red de apoyo y yo en parte de ellas para ayudar a otras mujeres.
A los pocos meses me enteré de que Jimmy y Úrsula estaban rumbo a la frontera y que intentaron cruzar de nuevo; días después supe que Úrsula cruzó y cuando él estaba pasando por el muro de la frontera llegó la migra, se resbaló de unas cuerdas que lo apoyaban a bajar y cuando cayó se fracturó las dos piernas. A ella la deportaron de él ya no supe nada. El día que me enteré de esa accidente sentí una enorme satisfacción.


*Abigail Cortés es estudiante de la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas en la UACM-SLT. “Fugas geográficas” es el ensayo escrito para certificar el curso Filosofía Política, impartido por Roxana Rodríguez Ortiz, semestre 2023-1. 


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